Un día

Resulta ser que, un día como cualquier otro, conocí esos ojos negros.
Huía de ellos, tímida, asustada. No quería cruzarme con su brillo, me abrumaba la profundidad que habitaba en ellos, me intimidaba la intensidad con la que se clavaban en mi piel y me hacían sentir desnuda.
Ese día ya no fue como cualquier otro. Ese día conocí esos ojos negros.

La noche acabó y pensé que con ella se irían las estrellas que iluminaban el universo contenido en esa retina, pero el sol tibiamente me rozó las pestañas y, junto a los míos, ví que las estrellas ahora eran gotas de rocío que resplandecían aún en esos ojos oscuros que, de repente, me resultaron más amables.

Una sonrisa fue suficiente para saber que ya no habría vuelta atrás. La curvatura de sus labios fue mi adicción y con verlos alcanzaba para sucumbir ante sus encantos. De ellos escaparon palabras que escuchaba con admiración y sembraron en mí la sensación del vértigo, aún con los pies en la tierra.

¿Quién puede hacerte temblar las piernas de emoción con una mirada y una sonrisa?

Bastaba con ver sus labios y sus ojos negros para que la gravedad cambiara. Mi universo estaba en esa mirada, que, aún desnuda, me despojaba de todo lo conocido y detenían el tiempo y, por un momento, ese pequeño universo era nuestro.

Supe que amaba.

Ese día ya no fue como cualquier otro.

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